jueves, 10 de abril de 2008

El dique, una rotonda y la sandalia izquierda de mi pie derecho cansado


El dique no era dique, era una prolongación del cordón umbilical que aún nos unía por más que nos pesara a los dos. Tú conformándote con tu vida, yo sólo intentando olvidarte. Para mí era una playa desconocida, me habían hablado de una ciudad autómata, pero particularmente no me lo pareció…creí ver en las pupilas dilatadas de las viejas sombras errantes, emociones de aleatoriedad y de anhelos desconocidos que dejan entreabiertas las puertas de la curiosidad. El calor estaba bajando y sin embargo la sensación de ahogo y angustia cada vez era mayor.

Según me acercaba, más segura estaba de lo que allí encontraría, finalizando el dique. Una rotonda laberíntica, redonda, esférica, como tus palabras e intenciones, con formas previamente diseñadas por alguna mano no dispuesta a revelar el secreto de aquella tarde, de aquel fin a la hora en la que el mar se repliega. No sentí en ningún momento razón alguna por la que detener mis pasos ante aquella construcción enmarañada. De tal modo ocurrió, que decidida fui a introducir la sandalia izquierda de mi pie derecho cansado. Porque así me encontraba…así…con el paso cambiado desde el día en que decidiste tirar tus tristezas y soledades por una ventana y fueron a parar, directamente, sobre mi cabeza. Yo que pasaba por allí sin rumbo, y sólo hizo falta entender tu guiño para querer salvarte. Y así sigo encontrándome, con el corazón donde no hay cavidad pectoral que lo acoja, que lo acune, que lo soporte…que permita palpitación acompasada (ni pálpito…), con las manos liadas dentro de un cerebro que no responde, que no sabe, que no quiere entender.

Según me adentraba, una pequeña sensación de frescura me iba invadiendo, estaba más perdida, más cansada, pero el calor se iba. Recuerdo un sólo momento claustrofóbico, cuando creí entender a través de años de espesura vegetal crecida dentro de mí, que por más que intentara recortar retamas que se clavan y duelen, el muro seguía existiendo, seguía clamando hacia su propia voluntad de mantenerse firme erguido por muchos desengaños, amarguras y soledades que se produjeran tras cada una de sus esquinas. Y fue en esa esquina, cuando traté de liberarme y de escapar de aquella rotonda sin fin, de aquella vida absurda nacida para morir dentro de su propio sueño….suspiré…enraicé fuertemente la sandalia izquierda de mi pie derecho cansado, al suelo de arcilla salada y entonces entendí q no había lugar a escapatoria, que ese era el momento, el momento en el que el dique, el fin, la tarde, el calor y el mar que se repliega nos brindaban después de eternidades vestidas de luto…

En ese mismo instante, sentí como un pequeño zumbido suave y flojito se posaba en el oído de mis impulsos, y sin más dilación, sigilosamente incliné el torso hacia mis piernas. Flexionándome y dándome a la arcilla salada, mis dedos se volvieron ágiles y precisos, y casi en un soplo por donde se escapan los suspiros que no van a ningún sitio, deshicieron el nudo de la sandalia izquierda de mi pie derecho cansado, y en ese momento, quedé descalza…en aquella rotonda laberíntica, en el dique, en el fin, en la tarde, en el calor y el mar que se repliega.